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octubre 2019

Octubre es el mes de una festividad muy extendida en Estados Unidos y Latinoamérica. La celebración consiste en vestir disfraces y pedir dulces de puerta en puerta. Se trata nada menos que de Halloween. Como su nombre lo indica (All Hallows’ Eve), se conmemora la víspera del Día de los Muertos, fecha en la que se reza por aquellas personas que han fallecido y se encuentran en el famoso Purgatorio. Y, si miramos detenidamente esta fiesta, podremos concluir que a muchas personas les atrae el miedo y el terror: niños disfrazados de fantasmas y monstruos, casas decoradas con muñecos de zombies y muertos, calabazas con rostros malévolos, visitas a lugares embrujados, entre otras costumbres. En esta línea, mientras un grupo numeroso de personas prefiere celebrar Halloween con el famoso «Dulce o truco» (Trick or treat), un número importante se reúne a ver películas de terror. Pero, ¿por qué les gusta someterse a dosis altas de miedo?

Cada año, en octubre, se celebra el Día Mundial de la Alimentación, organizado por la ONU. Sin embargo, a pesar de esta festividad, parece que no se están tomando todas las medidas para evitar el consumo de sustancias nocivas. Por ejemplo, ¿qué sucede con la ingesta de plástico casi invisible? El uso continuo y desregulado del plástico en el mundo ha alcanzado niveles considerables: ahora son una preocupación, no solo para el medio ambiente y los animales, sino para la salud humana. Lo alarmante del asunto es que pasa desapercibido, a pesar de conocer el verdadero peligro que representa por diversos estudios toxicológicos.

Existen enfermedades modernas que pueden convertirse en parte de nuestro ciclo de vida; por ejemplo, el síndrome de burnout, que es un tipo de estrés que se desencadena a partir del trabajo con otras personas. El modelo aceptado para entender este concepto lo estableció Maslach (1982, 1999). Él plantea que podemos identificar el estrés crónico laboral o burnout mediante 3 factores: cansancio emocional, despersonalización y baja realización personal. Esta condición desfavorable puede presentarse en muchos ambientes y la escuela no está excluida. Por ello, hablaremos de burnout en docentes.

La discapacidad ya pasó de moda. Son muchos los autores que, en la actualidad, luchan contra este concepto clásico. Thomas Armstrong es uno de ellos. Ha dedicado la última década a escribir libros y artículos que desmitifican la idea de normalidad. Con gran éxito, ha logrado ubicarse entre los escritores más vendidos. Entre sus libros más conocidos, podemos nombrar El poder de la neurodiversidad (Ediciones Paidós), Neurodiversidad en el salón de clases (Cerebrum Ediciones) y The Myth of the ADHD Child (TarcherPerigee), entre otros.

La condición humana es única y especial con respecto al orden moral. Por ejemplo, durante siglos, se ha buscado establecer normas para controlar intereses propios y ser justos ante la distribución de las riquezas. Nuestro mayor logro como humanidad es poder decir «somos iguales ante la ley». Aun así, las personas siguen sobrepasando los códigos éticos con el fin de recibir beneficios adicionales o evitar castigos. En tal sentido, nos preguntamos si se trata de una conducta típica o, más preocupante aún, de una conducta patológica.

Necesitamos hablarlo: la tecnología y la neurociencia, en cierta manera, pueden vulnerar los derechos humanos. Enfoquémonos en la transgresión de nuestra libertad de elección y privacidad por la tecnología y la neurociencia. Es cotidiano usar las redes sociales, como Facebook e Instagram, para permitirnos compartir al mundo, a nuestros amigos y familia nuestras vivencias. Expresamos nuestros gustos mediante likes, nuestras conversaciones en chats y nuestros comentarios en tweets; básicamente, evidenciamos nuestra personalidad (Alves y Inkpen, 2017). Al parecer, no habría peligro en ello. Pero, ¿cómo sabemos que estas y otras compañías de redes sociales no vulneran nuestra privacidad? Incluso, siendo un canal masivo de comunicación, ¿qué nos asegura que no influencian intencionalmente nuestras decisiones y preferencias?

Por años, se ha considerado que las decisiones políticas son netamente racionales y que la elección de cualquier presidente, congresista, ministro o juez es exclusivamente lógica. Cuando vemos y escuchamos a los políticos en conferencias de prensa o debates, asumimos que nuestras posturas son gobernadas únicamente por procesos cognitivos alturados. Es decir, creemos que elegimos candidatos luego de haber evaluado concienzudamente los pros y contras. Sin embargo, esta visión no puede estar más lejos de la realidad. Múltiples investigaciones del siglo XXI han podido observar la participación de distintas estructuras cerebrales mediante tecnologías de neuroimagen. Es así que se ha podido determinar que tanto estructuras corticales como subcorticales intervienen en las decisiones que tomamos. ¿Esto qué quiere decir? Que tanto capacidades tan complejas, como el pensamiento y el razonamiento; y procesos que escapan a nuestra libre decisión, como las emociones; se unen en una única dinámica que concluye el día que votamos por un candidato u otro. A continuación, analizaremos cómo nuestro cerebro funciona cuando se trata de la política.