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Espero que mi testimonio sirva para transmitir calma y sosiego en esta época de incertidumbre e inquietud.

Soy psicólogo clínico y eso no me exime de sentir las mismas emociones que están sintiendo ustedes. Estamos en cuarentena global y los días se hacen pesados para muchos de nosotros. Es una situación que no esperábamos y que debemos asumir con templanza y asertividad, o al menos eso se nos pide —aunque desde ya les digo que también está bien perder temporalmente el rumbo, asustarnos y sentirnos tristes para, luego, volver a nuestro cauce. Eso es natural—. La enfermedad del coronavirus parece haber llegado para quedarse y es algo con lo que estamos empezando a lidiar. Y no es necesario que seamos profesionales de Psicología para darnos cuenta de las consecuencias que conlleva esta particular coyuntura.

 

En estos tiempos de crisis, inquietud e incertidumbre, todos estamos  obligados a pasar por un proceso de cambio, unos más que otros; no obstante aquí estamos todos, mirando adelante, reconectando nuestro cerebro para ganarle la batalla a esta pandemia que nos está dejando grandes lecciones.

 

Los videojuegos llegaron para quedarse. Desde que fueron creados en el siglo XX gracias al boom de la tecnología, son muchos los usuarios que han adoptado este tipo de entretenimiento dentro de su estilo de vida. Si bien en la etapa inicial los videojuegos solo requerían del movimiento de los dedos, actualmente incorporan la actividad de las extremidades. Por ejemplo, Nintendo Switch es una consola que, mediante sensores, capta al movimiento de los brazos. De hecho, los jugadores deben emular ciertas acciones como pescar, remar, golpear, empujar, entre otras. Sin embargo, a pesar de la gran aprobación que están teniendo estos juegos, la neurociencia ha puesto de manifiesto los posibles efectos nocivos que podrían tener.

 

La segunda semana de noviembre se celebra la Semana de la Vida Animal, esta nos invita a reflexionar sobre qué hacemos para mejorar la vida de ellos, sobre su protección y concientizarnos sobre algunas especies en peligro de extinción.

Además, y en especial si nos referimos a la vida de nuestras mascotas, surgen muchas preguntas que nos hacemos al convivir con ellas. Acaso, ¿tienen conciencia como nosotros? ¿Nos entienden cuando les hablamos? De seguro es algo de lo que platicamos constantemente como amantes de los animales.

 

José Miguel, un niño de 6 años de edad, llega todos los días a clases 5 minutos antes de que suene la campana que da inicio al horario escolar. Alejandro, de la misma edad, cruza la puerta de la clase 2 minutos antes del toque del timbre. José Miguel se despierta con suma antelación, desayuna con su familia, se baña y se viste con el uniforme de su escuela, sale a la calle a esperar la movilidad, se despide de su mamá y desea, con ansías, ser el primero en llegar al colegio. Alejandro, en cambio, se despierta una hora antes que José Miguel, alista a sus hermanos menores, les prepara el desayuno —si tiene suerte, logra comer—, los lleva al jardín de infantes y, recién después de toda esta rutina, se dirige a su colegio a pie.

Octubre es el mes de una festividad muy extendida en Estados Unidos y Latinoamérica. La celebración consiste en vestir disfraces y pedir dulces de puerta en puerta. Se trata nada menos que de Halloween. Como su nombre lo indica (All Hallows’ Eve), se conmemora la víspera del Día de los Muertos, fecha en la que se reza por aquellas personas que han fallecido y se encuentran en el famoso Purgatorio. Y, si miramos detenidamente esta fiesta, podremos concluir que a muchas personas les atrae el miedo y el terror: niños disfrazados de fantasmas y monstruos, casas decoradas con muñecos de zombies y muertos, calabazas con rostros malévolos, visitas a lugares embrujados, entre otras costumbres. En esta línea, mientras un grupo numeroso de personas prefiere celebrar Halloween con el famoso «Dulce o truco» (Trick or treat), un número importante se reúne a ver películas de terror. Pero, ¿por qué les gusta someterse a dosis altas de miedo?

Cada año, en octubre, se celebra el Día Mundial de la Alimentación, organizado por la ONU. Sin embargo, a pesar de esta festividad, parece que no se están tomando todas las medidas para evitar el consumo de sustancias nocivas. Por ejemplo, ¿qué sucede con la ingesta de plástico casi invisible? El uso continuo y desregulado del plástico en el mundo ha alcanzado niveles considerables: ahora son una preocupación, no solo para el medio ambiente y los animales, sino para la salud humana. Lo alarmante del asunto es que pasa desapercibido, a pesar de conocer el verdadero peligro que representa por diversos estudios toxicológicos.

Existen enfermedades modernas que pueden convertirse en parte de nuestro ciclo de vida; por ejemplo, el síndrome de burnout, que es un tipo de estrés que se desencadena a partir del trabajo con otras personas. El modelo aceptado para entender este concepto lo estableció Maslach (1982, 1999). Él plantea que podemos identificar el estrés crónico laboral o burnout mediante 3 factores: cansancio emocional, despersonalización y baja realización personal. Esta condición desfavorable puede presentarse en muchos ambientes y la escuela no está excluida. Por ello, hablaremos de burnout en docentes.

La discapacidad ya pasó de moda. Son muchos los autores que, en la actualidad, luchan contra este concepto clásico. Thomas Armstrong es uno de ellos. Ha dedicado la última década a escribir libros y artículos que desmitifican la idea de normalidad. Con gran éxito, ha logrado ubicarse entre los escritores más vendidos. Entre sus libros más conocidos, podemos nombrar El poder de la neurodiversidad (Ediciones Paidós), Neurodiversidad en el salón de clases (Cerebrum Ediciones) y The Myth of the ADHD Child (TarcherPerigee), entre otros.

La condición humana es única y especial con respecto al orden moral. Por ejemplo, durante siglos, se ha buscado establecer normas para controlar intereses propios y ser justos ante la distribución de las riquezas. Nuestro mayor logro como humanidad es poder decir «somos iguales ante la ley». Aun así, las personas siguen sobrepasando los códigos éticos con el fin de recibir beneficios adicionales o evitar castigos. En tal sentido, nos preguntamos si se trata de una conducta típica o, más preocupante aún, de una conducta patológica.