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Neuromarketing

La neurociencia llegó para transformar la educación como ningún otro campo del conocimiento lo pudo hacer. Con el desarrollo de las técnicas de neuroimagen, en las que se puede ver el cerebro en vivo, revolucionó la práctica diaria de muchos educadores. Y con justa razón: si somos capaces de identificar cómo funciona este órgano y qué es lo que hace en una sesión de aprendizaje, también podemos diseñar estrategias eficaces en las aulas de clases y en las salas virtuales. Y más importante aún: podemos evitar utilizar métodos y sistemas que realmente no funcionan y que, además, nos hacen perder el tiempo. ¿Cuántas veces hemos visto estudiantes que no mejoran a pesar de aplicar paso a paso las técnicas de alguna fórmula educativa de moda? Pues esto no se volverá a repetir: la neurociencia, con todos sus descubrimientos, es como una linterna en un largo túnel. Nosotros la empuñamos y la usamos para iluminar nuestra gloriosa senda en este hermoso viaje que llamamos educación. Pero la decisión de salir de la cueva está en nosotros: somos los únicos que podemos elegir a la neuroeducación como nuestra aliada; en nosotros está cambiar el rostro de la educación. Antes era una opción; ahora es una necesidad.

Los educadores en la era digital: vocación vs. preocupación

La educación ha dado un giro de 180 grados y todos somos testigos de ello. Los estudiantes de colegios, institutos y universidades continúan con sus clases sin interrupción. ¿Cómo ha sido esto posible? Porque los profesores, una de las principales fuerzas que hacen crecer una sociedad, han logrado mantener a flote la enseñanza a través de la internet. Bien a través de WhatsApp, Zoom o cualquier otra plataforma de videollamadas, los docentes han ingeniado diversos métodos para que sus estudiantes puedan aprender: algunos graban sus explicaciones mientras escriben en una pizarra, otros se conectan con sus alumnos en conferencias virtuales y otros, un poco más digitales, diseñan sus clases con programas de video y edición. Parece que algo ha quedado claro: la vocación de servicio de los educadores es inquebrantable. Aunque esta situación merece un aplauso, hay algo que está preocupando a muchos. A través de foros y conversaciones en redes sociales, comentan frecuentemente: «Mis alumnos no prestan atención y se distraen en las videollamadas.», «Mis chicos no están aprendiendo», «¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra práctica ahora que todo ha pasado a ser virtual?». Para responder estas inquietudes, existe una ciencia que, durante las últimas décadas, se ha preocupado por investigar cómo enseñar mejor, sea presencial o digitalmente, y proponer estrategias para lograr un impacto que perdure: estamos hablando de la Neuroeducación.

El trastorno por déficit de atención e hiperactividad, como muchos otros trastornos, siempre ha sido caracterizado como un mal que aqueja de forma determinante la vida de muchas personas y que, además, solo genera obstáculos difíciles de manejar, por lo que debe erradicarse por completo. Este tipo de atribuciones se basan en el criterio diagnóstico que incluye tres principales síntomas: la falta de atención, la hiperactividad y la impulsividad (1). Podemos comprender que los problemas para mantener la atención de forma continua en una tarea, seguir instrucciones, realizar esfuerzos cognitivos sostenidos, recordar detalles de la vida diaria, así como los inconvenientes para permanecer en un estado de quietud, respetar los turnos en las conversaciones y regular los impulsos (1), generen todo tipo de conflictos a las personas con este diagnóstico —claro está, sin embargo, que existe un grado en la intensidad de los síntomas—. No obstante, pensar que este trastorno solo trae debilidades y ningún tipo de fortaleza es un error tremendo que se viene cometiendo en espacios educativos y laborales, pues reduce a las personas a un único aspecto negativo, sin reparar en las capacidades que existen detrás. Esto también sucede en trastornos como la dislexia y el autismo.

«El nivel socioeconómico influye en el logro académico» es una frase que escuchamos recurrentemente tanto en entornos académicos como en medios de comunicación. Y existen investigaciones que prueban este enunciado de forma satisfactoria, dado que se ha estudiado extensivamente el impacto de esta variable en, por ejemplo, las funciones ejecutivas (1), capacidades necesarias para un óptimo aprendizaje. Además, nos parece obvia esta relación: un estudiante de primaria o secundaria cuyos padres no tienen los recursos suficientes para gastar en alimentación, escuela, material educativo y que, posiblemente, tampoco hayan conseguido un nivel de educación superior, está en desventaja frente quienes sí poseen un alto poder adquisitivo. Sin embargo, ¿qué tan cierto es esto? ¿No existen otras variables que también pueden intervenir, como la herencia genética? ¿Y cómo se puede observar de forma empírica el efecto del nivel socioeconómico? Una investigación publicada en 2020 (2), a diferencia de otros estudios que han demostrado la correlación entre nivel socioeconómico y genes, ha evidenciado el impacto de ambas variables de forma independiente en el cerebro y la cognición. En este artículo, revisaremos a profundidad este nuevo aporte de la neurociencia.

«¿Cómo generar un aprendizaje más rápido?». Esta es una pregunta que ha recorrido el mundo de la educación por décadas y que los educadores han sabido salvar mediante pruebas de ensayo y error. Pero, ¿qué significa realmente que un aprendizaje sea más veloz? Pues se trata, básicamente, de la adquisición de nueva información, pero sin demoras, dilaciones o conflictos, lo que mejoraría ampliamente el sistema educativo.

Saber cómo toma decisiones una persona nos puede abrir las puertas de la comunicación a todo nivel. Este conocimiento es capaz de otorgarnos una ventaja competitiva al diseñar una estrategia de marketing o al presentar una ponencia. Y aquella ciencia que está detrás de este saber es, sin lugar a dudas, el neuromarketing.

Todo nuevo descubrimiento crea incertidumbre en las personas en general; en algunas ocasiones, hasta genera mitos que se toman como verdaderos. Pero el cuerpo de publicaciones científicas en revistas especializadas y el impacto que está teniendo no solo en el marketing, sino, también, en la neurociencia, son pruebas suficientes de su validez.