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Tecnología

Si revisamos la historia de la humanidad, podremos encontrar que el cuidado de los hijos se concentraba únicamente en las madres. En todas las culturas y sociedades, durante siglos, se asignaban roles y tareas a los miembros de una comunidad; en este sentido, las mujeres se encargaban de la crianza, mientras que los hombres se dedicaban a la protección.

La neurociencia se ha convertido en tendencia en muchos ambientes académicos (universidades y colegios), comerciales (negocios y marketing) y tecnológicos. Pero, ¿qué pasa en el contexto familiar? ¿Hablar del cerebro en una conversación cotidiana entre padres e hijos puede ser también una realidad?

Organismos, fundaciones y diferentes sociedades en el mundo invierten millones de dólares en programas educativos de alfabetización para la población. Según un informe publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2017) y Pearson, existen 758 millones de personas que no saben leer ni escribir: dos tercios son mujeres y 115 millones son jóvenes de 15 a 24 años.

Las tendencias digitales llegaron para quedarse. Desde la creación de los primeros ordenadores, diversas compañías han invertido millones de dólares en responder la siguiente pregunta: ¿cómo incrementar las ventas de dispositivos electrónicos? Gracias a las investigaciones en este campo, muchos de nosotros podemos decir que nos hemos beneficiado de la expansión de la tecnología. No es raro que estas nuevas herramientas estén tan mimetizadas con nuestro día a día que ni siquiera nos detengamos a reparar sobre su importancia.

La neurociencia deja de ser vista como una tendencia o moda cuando se convierte en la ciencia que puede responder a numerosas preguntas de la naturaleza del ser humano. Somos una especie que cada día formula preguntas nuevas, y que en el ciclo de su vida intenta resolverlas. Existen algunas y en especial para la ciencia del cerebro que han sido formuladas, pero no resueltas, o que incluso serían difícilmente de encontrar respuesta.

 

Solemos decir —si queremos entender a los demás, debemos de comprendernos—. Reflexionar sobre qué somos y qué contribución daremos a la sociedad en el tiempo es, también, conocer sobre nuestro cerebro, pues es este órgano el que media nuestros pensamientos y acciones. Sin embargo, rara vez se nos enseña sobre él y su dinámica en el comportamiento social. Es gracias al aporte de muchas ciencias, en especial de la neurociencia, que sabemos más acerca del cerebro y de nosotros. Hoy, su crecimiento es vertiginoso y se debe tomar con cautela y discreción.

 

Muchas veces vemos cómo en nuestra sociedad es muy importante mantenernos en forma y ejercitarnos para tener una buena salud. Nos basta con salir y observar la gran cantidad de personas que van al gimnasio, los diversos programas que ofrecen para hacer ejercicio, la cantidad de productos que se venden para fortalecer nuestros músculos y tener resultados más eficaces, entre otros elementos que demuestran esta fuerte tendencia. Asimismo, sabemos que dependiendo del tipo de ejercicio que se realice se trabajarán más determinadas partes del cuerpo e inclusive las más complejas. ¿Será posible plantear esto con otras partes del cuerpo como el cerebro y sus áreas más complejas? Lo descubriremos…

¿Alguna vez ha presenciado una situación donde observa que una persona no puede dejar de discutir sobre un tema porque siempre busca imponer su punto de vista? O tal vez le ha sucedido que cuando se relaciona con sus amigos, ¿le cuesta aceptar algún cambio que no estaba planeado? Quizá también le resulte familiar las siguientes expresiones: “me sacan de mis casillas”, “yo tengo la razón”, “no me cambien los planes”, “no sé como hacerlo de otra manera”, entre otras. Si se ha sentido aludido con alguna de las situaciones o expresiones mencionadas es muy natural que ocurra esporádicamente; si lo ha experimentado muy poco, es bueno saber que está desarrollando una capacidad muy importante de las funciones ejecutivas: la flexibilidad cognitiva.

 

Actualmente, vivimos en un mundo que se está desarrollando en la “cultura del instante”, es decir, ya no importa tanto el aún si no el ahora, menos paciencia o tolerancia y más impulsividad y perseverancia. Estos cambios, propios del efecto de la globalización y el crecimiento de la tecnología, han generado que a lo largo del tiempo nuestras funciones cognitivas se adapten a este entorno exigente y desafiante. Antiguamente, el ser humano tenía tareas concretas en su vida ordinaria, tales como cazar, recolectar y otras formas de supervivencia. Hoy, solo basta con observar cómo las personas son capaces de realizar diversas tareas al mismo tiempo: hablar por teléfono mientras manejan e inclusive algunas mujeres logran maquillarse simultáneamente, mandar mensajes de texto mientras conversan con alguien o hasta escuchar música y leer, cocinar y atender a nuestros hijos, entre otras. ¿A qué se debe esto? Se debe a una capacidad que se ha ido desarrollando con el tiempo conocida como multitasking.

Si las secuelas del castigo no son lo suficientemente graves o no terminan en muerte lo más probable es que la historia de ese niño o niña no esté representada en las estadísticas. Aun teniendo en cuenta esta realidad, las cifras que se muestran son preocupantes; los Centros de Emergencia contra la Mujer han atendido 7867 casos de violencia física y 9279 casos de violencia psicológica contra niños y adolescentes solamente en el 2016. Más alarmante todavía, la Encuesta Nacional de Hogares en el 2015 declara que el 39% de las madres y el 31% de los padres usan castigo físico con el fin de educar; y 44% de los niños y adolescentes consideran que sus padres tienen derecho a pegarles. ¿Qué nos están tratando de decir estas cifras? La realidad es que vivimos en un país donde la violencia está tan arraigada en nuestra cultura que incluso nos cuesta identificarla; y peor aún, si logramos reconocer violencia cuando la vemos no sabemos cómo reaccionar.