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enero 2021

Por mucho tiempo, el cerebro ha sido influenciado por las normas culturales, los tabúes y los estereotipos sexuales; en tal sentido, a cada persona con un sexo biológico diferente se le ha creado un estándar de ser y no ser. Por ejemplo, a los hombres, se les exigen ciertas ocupaciones y, a las mujeres, se les excluye. Lejos de caer en una discusión de roles de género, aquello realmente merma la salud pública. En un metaanálisis, que incluyó 78 estudios con 19 453 participantes, se demostró que las «exigencias masculinas típicas» (p. ej., que un hombre deba ser autosuficiente o tener poder sobre las mujeres) se asocian con un funcionamiento social negativo (1). Si tenemos en cuenta estos datos, ¿se deberían discutir este tipo de exigencias?

Vamos a iniciar este artículo con un caso práctico para que el concepto de «construcción de nichos» pueda ser puesto en discusión de forma tangible y no se pierda, de forma platónica, en el mundo de las ideas. Imaginemos la vida de Valeria, una niña de 8 años que cursa el segundo grado de primaria. Valeria, desde que era muy pequeña, tenía un hábito muy particular: sin importar la actividad que estuviese realizando o el número de conversaciones en una habitación, era capaz de mirar fijamente alguna superficie, objeto o pared por varios minutos sin que nada ni nadie la interrumpiese. Cuando salía de su «ensoñación», como llamaron sus padres a esta práctica, seguía con su vida con toda normalidad. No fue sino hasta los 4 años que sus padres descubrieron la verdadera importancia de esta costumbre: mientras Valeria se desconectaba del mundo externo, pensaba en distintos temas, algunas veces muy avanzados para su corta edad. Si bien en muchas ocasiones ideaba maneras de incrementar su entretenimiento, como aquella vez que pensó en un modo de traer dinosaurios a la vida mediante modificaciones genéticas de otros animales —era fanática de estos antiguos animales—, otras veces, si se lo proponían, podía ir más allá de su propio placer e idear mecanismos para ayudar a los demás, como el día que «inventó» el prototipo de una impresora 3D para imprimir comida, subvencionada por los gobiernos, para las personas con menos recursos económicos.

Llegó el nuevo año, hito regido por una convención a partir de la translación de la Tierra, y los deseos de cambio no se hicieron esperar. En las redes sociales, en las conversaciones virtuales entre amigas y amigos, y en los soliloquios que las personas practicamos, el interés por transformarnos y mejorar aquellas debilidades que nos han aquejado o impedido algunos logros, en el pasado 2020, ha sido patente. Y esto sucede año tras año. No por nada un buen número de tarjetas de saludo por Año Nuevo o de rituales se circunscriben a este fenómeno que se relaciona con la renovación. Pero, ¿realmente genera cambios el solo hecho de desear? Como personas que conocemos de neurociencia y que sabemos lo complejo que resulta el funcionamiento del cerebro, algo nos hace sospechar.