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Blog CEREBRUM

Necesitamos hablarlo: la tecnología y la neurociencia, en cierta manera, pueden vulnerar los derechos humanos. Enfoquémonos en la transgresión de nuestra libertad de elección y privacidad por la tecnología y la neurociencia. Es cotidiano usar las redes sociales, como Facebook e Instagram, para permitirnos compartir al mundo, a nuestros amigos y familia nuestras vivencias. Expresamos nuestros gustos mediante likes, nuestras conversaciones en chats y nuestros comentarios en tweets; básicamente, evidenciamos nuestra personalidad (Alves y Inkpen, 2017). Al parecer, no habría peligro en ello. Pero, ¿cómo sabemos que estas y otras compañías de redes sociales no vulneran nuestra privacidad? Incluso, siendo un canal masivo de comunicación, ¿qué nos asegura que no influencian intencionalmente nuestras decisiones y preferencias?

Por años, se ha considerado que las decisiones políticas son netamente racionales y que la elección de cualquier presidente, congresista, ministro o juez es exclusivamente lógica. Cuando vemos y escuchamos a los políticos en conferencias de prensa o debates, asumimos que nuestras posturas son gobernadas únicamente por procesos cognitivos alturados. Es decir, creemos que elegimos candidatos luego de haber evaluado concienzudamente los pros y contras. Sin embargo, esta visión no puede estar más lejos de la realidad. Múltiples investigaciones del siglo XXI han podido observar la participación de distintas estructuras cerebrales mediante tecnologías de neuroimagen. Es así que se ha podido determinar que tanto estructuras corticales como subcorticales intervienen en las decisiones que tomamos. ¿Esto qué quiere decir? Que tanto capacidades tan complejas, como el pensamiento y el razonamiento; y procesos que escapan a nuestra libre decisión, como las emociones; se unen en una única dinámica que concluye el día que votamos por un candidato u otro. A continuación, analizaremos cómo nuestro cerebro funciona cuando se trata de la política.

En el año 1948, la ONU se encargó de declarar y sostener que todas las personas, sin importar raza, edad, sexo, idioma, estatus socioeconómico y religión, poseen derechos inalienables. A este hito en la historia se le conoce como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Gracias a él, tenemos libertad de expresión, podemos salir de las fronteras de nuestros países, contamos con asistencia médica y gozamos de educación gratuita.

Si revisamos la historia de la humanidad, podremos encontrar que el cuidado de los hijos se concentraba únicamente en las madres. En todas las culturas y sociedades, durante siglos, se asignaban roles y tareas a los miembros de una comunidad; en este sentido, las mujeres se encargaban de la crianza, mientras que los hombres se dedicaban a la protección.

La neurociencia se ha convertido en tendencia en muchos ambientes académicos (universidades y colegios), comerciales (negocios y marketing) y tecnológicos. Pero, ¿qué pasa en el contexto familiar? ¿Hablar del cerebro en una conversación cotidiana entre padres e hijos puede ser también una realidad?

Organismos, fundaciones y diferentes sociedades en el mundo invierten millones de dólares en programas educativos de alfabetización para la población. Según un informe publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2017) y Pearson, existen 758 millones de personas que no saben leer ni escribir: dos tercios son mujeres y 115 millones son jóvenes de 15 a 24 años.

Las tendencias digitales llegaron para quedarse. Desde la creación de los primeros ordenadores, diversas compañías han invertido millones de dólares en responder la siguiente pregunta: ¿cómo incrementar las ventas de dispositivos electrónicos? Gracias a las investigaciones en este campo, muchos de nosotros podemos decir que nos hemos beneficiado de la expansión de la tecnología. No es raro que estas nuevas herramientas estén tan mimetizadas con nuestro día a día que ni siquiera nos detengamos a reparar sobre su importancia.

La neurociencia deja de ser vista como una tendencia o moda cuando se convierte en la ciencia que puede responder a numerosas preguntas de la naturaleza del ser humano. Somos una especie que cada día formula preguntas nuevas, y que en el ciclo de su vida intenta resolverlas. Existen algunas y en especial para la ciencia del cerebro que han sido formuladas, pero no resueltas, o que incluso serían difícilmente de encontrar respuesta.