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¿Por qué hacemos amigos y amigas?: la neurociencia de la amistad

Nuestra civilización se ha construido con base en los vínculos que entretejemos con otras personas. Muchas de estas relaciones se fortalecen y llegan a convertirse en lo que llamamos amistad. Pero, ¿hay algo más detrás de esta bonita experiencia? ¿Qué es lo que nos impulsa a tener amigos y amigas? ¿Es, acaso, el cerebro el responsable de nuestra necesidad por generar grupos de soporte? ¿Qué mecanismos neurales sustentan uno de los más hermosos fenómenos de la vida? En este artículo, por ser el Día Internacional de la Amistad, descubriremos un poco más sobre lo que la neurociencia tiene para decirnos acerca de esta práctica tan natural para todos nosotros.

La amistad es sinónimo de salud1, supervivencia2,3, bienestar, red de soporte y éxito financiero4. No por nada el solo concepto «exclusión social» nos genera emociones desagradables5. La psicología, por décadas, estudió este fenómeno a fondo y dio luces sobre la importancia de tejer y fortalecer nuestras organizaciones familiares e interpersonales. Pero, como muchos temas dentro de la ciencia, la amistad no puede ser explicada desde un solo punto de vista. Por ello, la neurociencia y la biología, con toda su maquinaria tecnológica, sumaron fuerzas para lograr ver, desde el cerebro, por qué somos tan proclives a entablar amistades. En este artículo, descubriremos en dónde surgen esas ganas por hacer amigos y amigas, y qué procesos cerebrales están implicados.

Definiendo conceptos: ¿qué es la amistad?

Este término ha sido explicado de diversas maneras. De hecho, cada uno de nosotros podría ensayar una definición tan válida como la que emplearemos en este artículo. Pero, en la mayoría de los casos, todas las proposiciones presentan elementos en común que describen, con gran precisión, de qué se trata este concepto. En las investigaciones, podemos encontrar de forma intercambiable las palabras amistad (friendship, en inglés) y vínculo social (social bond, en inglés)6,7, como aquella relación entre individuos que incluye «interacciones afiliativas con tal frecuencia y consistencia que puede diferenciarse»5 (p. 2) de las demás. En otras palabras, tener un amigo o una amiga se trata de involucrarse afectiva y recíprocamente por un periodo prolongado8, bien sea pasando tiempo juntos, conversando o, desde lo que nos dice la neuroetología, «formando alianzas contra otros»5 (p. 2). Si tenemos en cuenta esta definición, ¿los animales también podrían tener amigos?

 

 

La amistad en el mundo animal

Parece increíble, pero la amistad, o el vínculo social, existe en diferentes animales: primates, aves, ungulados y cetáceos. Tanto puede desarrollarse dentro del seno familiar, como fuera de él5. Las jirafas hembra, por ejemplo, se asocian con sus madres9, lo que es común, también, en mamíferos como el ciervo rojo (Cervus elaphus)10, el bisonte (Bison bison)11 y el elefante (Loxondonta Africana)12. Los primates, por su parte, muestran ciertos comportamientos afiliativos con sus parientes, como el acicalamiento y la proximidad13 —todos hemos visto alguna vez cómo un chimpancé extrae cuidadosamente las pulgas de otro—. Sin embargo, otros animales sí se vinculan con «amigos» fuera del grupo familiar. Los caballos (Equus caballus) conforman grupos de un solo macho y varias hembras sin parentesco. Este tipo de amistad sin relación de consanguinidad se ha visto, también, en hienas (Crocuta crocut) y en primates5.

 

«¿Qué es lo que nos impulsa a tener amigos y amigas? ¿Es, acaso, el cerebro el responsable de nuestra necesidad por generar grupos de soporte? ¿Qué mecanismos neurales sustentan uno de los más hermosos fenómenos de la vida?».

 

Volvamos a nuestra realidad: ¿qué sucede en el cerebro cuando hacemos amigos y amigas?

De acuerdo con las investigaciones en neurociencia, el cerebro humano se encarga de algunas tareas cuando se trata de entablar amistad con otras personas. En primer lugar, reconoce las claves únicas de cada individuo para poder identificarlo en el futuro5,14. Para ello, se sirve de señales visuales, como los rostros —recordemos que los animales pueden valerse de señales auditivas y olfatorias—14,15, que son procesadas en la corteza temporal inferior, específicamente, en el giro fusiforme. Esta región analiza signos faciales, no objetos16,17. En segundo lugar, selecciona información social sobre los demás para tomar decisiones. ¿Por qué lo hace? Porque algunos datos sociales producen mayor recompensa que otros, como saber que un «posible amigo» tiene intereses en común con nosotros5,18. Este tipo de información activa las áreas de recompensa, como la corteza cingulada anterior, la corteza orbitofrontal, el núcleo accumbens y el núcleo caudado19-22.

Como tercera tarea, el cerebro controla la producción de hormonas y neurotransmisores que modulan las interacciones afiliativas, como son la oxitocina, la vasopresina, la dopamina, la serotonina y las endorfinas5. A esta tarea le podríamos llamar «la regulación neuroquímica de la amistad». Es por este motivo, justamente, que hacer amigos nos genera tanta recompensa. Si hablamos de la oxitocina, esta hormona es la principal responsable de que tomemos decisiones prosociales, nos preocupemos por nuestros amigos y amigas, sintamos confianza por los demás y seamos generosos23,24. Las endorfinas, péptidos no tan estudiados en este campo, parece que se incrementan en situaciones de amistad14, como colaborar con otros para realizar una tarea (así la labor requiera el mismo esfuerzo individual o grupalmente)25. La dopamina, por su parte, con toda la fama que le precede como neurotransmisor de placer, se relaciona con la «formación de memorias sociales y con la preferencia social como parte del área ventral tegmental»5 (p. 8). En otras palabras, nos brinda esa sensación placentera que sentimos cuando conversamos con algún amigo o amiga, y nos impulsa a buscar constantemente este vínculo. La serotonina, sencillamente, nos hace sentir bienestar al interactuar con las personas que queremos; y la vasopresina es la causante del sentido de pertenencia que tenemos frente a nuestro grupo social. Como dato último, no olvidemos que la presencia de amigos reduce la respuesta de estrés del eje hipotálamo-hipofisario26, el cual libera cortisol, la hormona que genera la respuesta de lucha o huida (fight or flight, en inglés)27.

Después de esta explicación, no queda duda de que el cerebro tiene los mecanismos necesarios para impulsarnos hacia la amistad.

Referencias

(1) Cohen, S., Doyle, W. J., Turner, R., Alper, C. M., & Skoner, D. P. (2003). Sociability and susceptibility to the common cold. Psychological Science, 14(5), 389-395. doi:10.1111/1467-9280.01452.3

(2) Holt-Lunstad, J., Smith, T. B., & Layton, J. B. (2010). Social relationships and mortality risk: a meta-analytic review. PLoS Medicine, 7(7), e1000316. doi:10.1371/journal.pmed.1000316

(3) Steptoe, A., Shankar, A., Demakakos, P., & Wardle, J. (2013). Social isolation, loneliness, and all-cause mortality in older men and women. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 110(15), 5797-5801. doi:10.1073/pnas.1219686110

(4) Baron, R. A., & Markman, G. D. (2003). Beyond social capital: the role of entrepreneurs’ social competence in their financial success. Journal of Business Venturing, 18, 41-60. Recuperado de https://doi.org/10.1016/S0883-9026(00)00069-0

(5) Brent, L. J. N., Chang, S. W. C., Gariépy, J. -F., & Platt, M. L. (2014). The neuroethology of friendship. Annals of the New York Academy of Sciences, 1316(1), 1-17. doi:10.1111/nyas.12315

(6) Massen, J. J. M., Sterck, E. H. M., & de Vos, H. (2010). Close social associations in animals and humans: functions and mechanisms of friendship. Behaviour, 147(11), 1379-1412. doi:10.1163/000579510X528224

(7) Seyfarth, R. M., & Cheney, D. L. (2012). The evolutionary origins of friendship. Annual Review of Psychology, 63, 153-177. doi:10.1146/annurev-psych-120710-100337

(8) Cords, M. (1997). Friendships, alliances, reciprocity and repair. En A. Whiten & R. W. Byrne (Eds.), Machiavellian Intelligence II: Extensions and Evaluations (pp. 24-49). Cambridge: Cambridge University Press.

(9) Bercovitch, F. B., & Berry, P. S. M. (2013). Age proximity influences herd composition in wild giraffe. Journal of Zoology, 290(4), 281-286. doi:10.1111/jzo.12039 33

 

 

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