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Las creencias políticas modifican los procesos cerebrales y cognitivos

Por siglos, se ha defendido a ultranza la creencia extendida de que las personas toman decisiones de forma racional. Esta idea, convertida en cuasi principio, se hizo transversal y ocupó el trabajo intelectual de distintas esferas, como la economía y la política, campos que veían al ser humano como la máxima expresión del pensamiento analítico y volitivo. De hecho, si hurgamos un poco en el siglo XIX, vamos a encontrar el famoso concepto de homo œconomicus, que hace referencia a que la mujer y el hombre son capaces de actuar de manera racional frente a la información de carácter económico. Desde este punto de vista, las personas toman decisiones para maximizar siempre la utilidad, por lo que toda compra o inversión logrará una especie de «ganancia» o efecto positivo gracias a la confluencia de los procesos cognitivos que hacen posible la reflexión. Sin embargo, bien sabemos que esto no siempre es así, porque existen sesgos que reducen nuestra capacidad para evaluar las situaciones con total objetividad (por ejemplo, las rebajas por tiempo limitado apelan a nuestra aversión a la pérdida; en este caso, a la pérdida de oportunidades).

Algo similar sucede en la política. Los electores, confiados en su habilidad para sortear toda subjetividad, debaten airadamente en defensa de los candidatos y ponen sobre la mesa pruebas y más pruebas de su gran competencia para gobernar un país. Justamente, es esta forma acalorada de introducirse en la política la que nos da la pista sobre el papel preponderante de las emociones y de procesos cerebrales que no vemos, pero que están interfiriendo con el juicio «racional» y analítico. Por ejemplo, en una investigación publicada en la revista Behavioral and Brain Sciences (1), se evidenció cómo la identidad política, es decir, el sentido de pertenencia hacia un partido político, genera lo que se ha llamado un «razonamiento protector de la identidad». De acuerdo con este planteamiento, las personas o, mejor dicho, la corteza orbitofrontal (OFC), evalúa la importancia de las metas de acuerdo con los posibles resultados (2). En tal sentido, si se considera que es más relevante proteger la identidad política por un gran deseo de pertenencia y de estatus que la veracidad de las declaraciones del partido, la persona va a generar argumentos para lograr este cometido. Todo este proceso se lleva a cabo con éxito por la conectividad entre la corteza orbitofrontal y la corteza prefrontal dorsolateral (área implicada en el razonamiento), el hipocampo (centro de la memoria), la amígdala (participa en la evaluación implícita y en el rechazo hacia posturas políticas contrarias), entre otras regiones.

Otra investigación que prueba cómo la inclinación hacia un lado del espectro político influye en la cognición la llevó a cabo D. M. Kahan (2013) (3), quien estudió la relación entre las habilidades matemáticas y las resolución de problemas políticos. Lo que se observó fue que las personas buenas en matemáticas podían resolver problemas analíticos sin ninguna dificultad. No obstante, cuando se introducía un contenido político al problema, la situación resultaba llamativa: aquellas personas que se reconocían como liberales podían resolver el problema siempre y cuando se tuviese que probar que el control de armas reducía el crimen, mientras que los conservadores solo lograban hacerlo cuando se demostraba lo opuesto. Como lo indican J. J. Van Bavel y A. Pereira (4), «las personas con altas habilidades numéricas no podían razonar analíticamente cuando la respuesta correcta colisionaba con sus creencias políticas» (p. 217).

 

 

Este tipo de descubrimientos de la neurociencia son los que nos llevan a pensar que las decisiones políticas tienen un gran componente, llamémosle emocional y no consciente, que, al fin y al cabo, tuerce los procesos cognitivos, como la resolución de problemas y el razonamiento (eso sin contar la memoria que, también, se ve afectada) (5). Si esto es así, ¿realmente estamos eligiendo candidatos con base en sus propuestas o, más bien, estamos sujetos a nuestros deseos más ocultos? Considero que responder esta pregunta a conciencia podría hacer la diferencia entre un voto informado y un voto sesgado.

Referencias

  1. Kahan, D. M. (2017). The expressive rationality of inaccurate perceptions. Behavioral and Brain Sciences, 40, 26-28. Recuperado de https://doi.org/10.1017/S0140525X15002332
  2. Rangel, A., Camerer, C., & Read, P. (2008). A framework for studying the neurobiology of value-based decision making. Nature Reviews Neuroscience, 9(7), 545-556. doi:10.1038/nrn2357
  3. Kahan, D. M. (2013). Ideology, motivated reasoning, and cognitive reflection: an experimental study. Judgment and Decision Making, 8(4), 407-424. Recuperado de http://dx.doi.org/10.2139/ssrn.2182588
  4. Van Bavel1, J. J., & Pereira, A. (2018). The Partisan Brain: An Identity-Based Model of Political Belief. Trends in Cognitive Sciences, 22(3), 213-224. Recuperado de https://doi.org/10.1016/j.tics.2018.01.004
  5. Frenda, S. J., Knowles, E. D., Saletan, W., & Loftus, E. F. (2013). False memories of fabricated political events. Journal of Experimental Social Psychology, 49, 280-286. Recuperado de http://dx.doi.org/10.1016/j.jesp.2012.10.013
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