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¿Qué pasa en el cerebro de las niñas, niños y adolescentes que trabajan?

El trabajo infantil es un mal que nos sigue golpeando como sociedad. Sus principales víctimas son niñas, niños y adolescentes en situación de pobreza y, muchas veces, de explotación. Aunque hemos pensado todo este tiempo que este problema solo afecta su calidad de vida presenta y futura, ahora sabemos que también podría modificar las estructuras cerebrales importantes para la regulación emocional y la convivencia social.

Hace algunos años, fui voluntario en una organización que trabaja con psicólogos y educadores de todo el mundo para rehabilitar a niñas, niños y adolescentes que viven y trabajan en las calles. En mi primer día, durante los trabajos en equipo, pude notar un perfil bastante claro: aquellos adolescentes, con quienes intentaba generar un vínculo, se comportaban de forma agresiva con sus compañeros y con los tutores, eran muy suspicaces y susceptibles a lo que ellos consideraban amenazas, y no empatizaban con los demás. Sus emociones más características eran la ira y el miedo, y les costaba retomar la calma luego de haberlas experimentado. Eran adolescentes que habían trabajado en la calle durante toda su corta vida y se parecían mucho a aquellas personas que han sufrido maltratos de forma repetida. ¿Por qué eran así? ¿Acaso el trabajo infantil se relaciona con el abuso y la negligencia? Pues claramente sí. Estos son riesgos que se asocian con esta práctica aún vigente.

 

 

 

Hablemos de trabajo infantil

La situación es muy grave: de acuerdo con Unicef, 168 millones de niñas, niños y adolescentes, entre los 5 y 17 años, están implicados en el trabajo infantil1, a pesar de ser ilegal en la mayoría de países, debido a la pobreza; la muerte de uno o ambos padres; las actitudes, tradiciones y expectativas parentales; el bajo nivel educativo de algunos países; entre otros factores1,2,3,4,5. Actualmente, este trabajo abarca diversos sectores, como la manufactura, la agricultura, la minería, las canteras y el servicio doméstico (principalmente, las niñas y adolescentes). En muchos casos, sufren, además, de esclavitud, trabajos forzados, explotación sexual y tráfico de drogas. Incluso, en algunos casos, son utilizados como niños soldados1.

«¿Acaso el trabajo infantil se relaciona con el abuso y la negligencia? Pues claramente sí. Estos son riesgos que se asocian con esta práctica aún vigente».

La plasticidad cerebral es un arma de doble filo: ¿qué sucede en el cerebro de las niñas y los niños que trabajan?

El trabajo infantil no solo dificulta el acceso al juego y a la educación, sino que se vincula con otros problemas que son iguales o peores. Este es el caso del maltrato durante la infancia, que puede ser dividido en abuso y negligencia2,5,6. En el primer caso, se encuentran todos aquellos comportamientos de agresión física y emocional (provocar culpa; vergüenza o miedo; persuadir a las niñas y los niños para que realicen actos inadecuados; denigrar; y exponerlos a situaciones nocivas o de violencia). En el segundo caso, se agrupa la negligencia física (falla en la satisfacción de necesidades básicas, como comida, vivienda, ropa y supervisión) y la negligencia emocional (falla en la satisfacción de necesidades emocionales, como no responder afectivamente a las niñas y los niños, no cumplir sus necesidades sociales y exponerlos a situaciones más allá de su nivel de madurez)7,8.

Tanto el abuso como la negligencia que sufren las niñas y los niños que trabajan impactan de forma significativa su cerebro. A esa edad, el cerebro se comporta casi como una plastilina: los estímulos del ambiente van a cambiar, fortalecer o eliminar las conexiones entre estructuras. Aquí radica lo peligroso de la plasticidad cerebral: si no se cuida el entorno, se afecta gravemente su construcción y desarrollo. Esto es lo que sucede con esta población tan vulnerada. Pero veamos a profundidad cómo cambia el cerebro expuesto al maltrato.

Se altera el circuito de detección y respuesta a las amenazas

Ese comportamiento que observé en los adolescentes de la historia se podría deber a que el circuito de detección y respuesta a las amenazas se ve seriamente afectado por el maltrato. Con una amígdala hipersensible a los rostros amenazadores y a las señales de peligro; un funcionamiento reducido de la corteza anterior cingulada (ACC) (regulación emocional y monitoreo cognitivo en los conflictos), del polo temporal y del giro frontal medio (ambos involucrados en la empatía); y un patrón difuso en las conexiones de la corteza prefrontal7,9,10,11,12, es entendible que los adolescentes muestren conductas agresivas y se sientan amenazados por los estímulos del ambiente. En otras palabras, el maltrato ocasiona que el centro encargado de las reacciones de temor e ira trabaje a mil por hora, mientras que el centro responsable de regular las emociones funcione con desperfectos.

Como vemos, el trabajo infantil es un mal que no solo afecta la calidad de vida de las niñas, niños y adolescentes, sino que también podría modificar seriamente algunas estructuras cerebrales. Aunque los cambios estructurales dependen de las autoridades políticas, los invito a pensar cómo podemos ayudar, desde nuestro lugar, a erradicar esta tara.

 

Referencias

(1) Unicef. (mayo, 2017). Child labor. Recuperado de https://www.unicef.org/protection/57929_child_labour.html

(2) Al-Gamal, E., Hamdan-Mansour, A. M., Matrouk, R., & Al Nawaiseh, M. (2013). The psychosocial impact of child labour in Jordan: A national study. International Journal of Psychology, 48(6), 1156-1164. Recuperado de http://dx.doi.org/10.1080/00207594.2013.780657

(3) Gharaibeh, M., & Hoeman, S. (2003). Health hazards and risks for abuse among child labor in Jordan. Journal of Pediatric Nursing, 18(2), 140-147. doi:10.1053/jpdn.2003.31

(4) Phlainoi, N. (2002). Thailand: Child domestic workers: A rapid assessment. Technical Report. Geneva: International Labour Organization.

(5) Musvoto, E. (2007). Child labour in South Africa: A brief overview. Guernsey: Advocating for the Rights of Children Worldwide Trust.

(6) Zeanah, C. H. (2018). Child Abuse and Neglect. Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 57(9), 637-644. doi:10.1016/j.jaac.2018.06.007

(7) Teicher, M. H., Samson, J. A., Anderson, C. M., & Ohashi, K. (2016). The effects of childhood maltreatment on brain structure, function and connectivity. Nature Reviews Neuroscience, 17(10), 652-666. doi:10.1038/nrn.2016.111

(8) Teicher, M. H., & Samson, J. A. (2013). Childhood maltreatment and psychopathology: a case for ecophenotypic variants as clinically and neurobiologically distinct subtypes. The American Journal of Psychiatry, 170(10), 1114-1133. doi:10.1176/appi.ajp.2013.12070957

(9) Haber, S. N., & Knutson, B. (2010). The reward circuit: linking primate anatomy and human imaging. Neuropsychopharmacology, 35(1), 4-26. doi:10.1038/npp.2009.129

(10) Teicher, M. H., Anderson, C. M., Ohashi, K., & Polcari, A. (2014). Childhood maltreatment: altered network centrality of cingulate, precuneus, temporal pole and insula. Biological Psychiatry, 76(4), 297-305. doi:10.1016/j.biopsych.2013.09.016

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