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Empatía y primera infancia: el caso de José Miguel y Alejandro

José Miguel, un niño de 6 años de edad, llega todos los días a clases 5 minutos antes de que suene la campana que da inicio al horario escolar. Alejandro, de la misma edad, cruza la puerta de la clase 2 minutos antes del toque del timbre. José Miguel se despierta con suma antelación, desayuna con su familia, se baña y se viste con el uniforme de su escuela, sale a la calle a esperar la movilidad, se despide de su mamá y desea, con ansías, ser el primero en llegar al colegio. Alejandro, en cambio, se despierta una hora antes que José Miguel, alista a sus hermanos menores, les prepara el desayuno —si tiene suerte, logra comer—, los lleva al jardín de infantes y, recién después de toda esta rutina, se dirige a su colegio a pie.

 

José Miguel y Alejandro son buenos amigos. Se conocen desde el primer año de kínder. Juegan en todos los recreos. Tienen sobrenombres cariñosos para cada uno. Algunas veces, hacen pijamadas y duermen juntos. José Miguel espera todos los días a su amigo en el patio y corren de la mano. Siempre llegan juntos al salón de clases. José Miguel conoce la historia de vida de Alejandro. Sabe que su rutina diaria es sacrificada. Alejandro, a pesar de ser niño, espera su apoyo constante. Ambos son buenos amigos, son los mejores.

Desde hace unos meses, José Miguel ha dejado de esperar a Alejandro. Ahora, baja del carro de la movilidad y corre solo hacia la clase. Algunos días, pide al profesor que tome lista aun cuando faltan minutos para el toque del timbre. Alejandro ya no llega temprano. Atraviesa el portón de la escuela faltando 2 minutos para el inicio de las clases. Le toma 3 minutos correr a su ritmo por todo el patio. Por eso, ya tiene 5 tardanzas.

Hace dos días, José Miguel llegó tarde. Corrió a través del patio y vio, a 2 metros de distancia, a Alejandro. Unos meses atrás, José Miguel habría tomado la mano de su amigo para correr juntos. Eso no fue lo que pasó. El timbre sonó y dio el primer aviso. José Miguel, envuelto completamente en un manto de competencia, se acercó a Alejandro por la espalda, lo tomó de la mochila, tiró el brazo hacia atrás y lo hizo caer. Subió las escaleras y entró al salón. Alejandro se levantó, con lágrimas en los ojos por lo que había hecho su mejor amigo y corrió lo más rápido que pudo. Como la indignación y el llanto empañaban sus ojos, tropezó con los escalones. El timbre volvió a sonar. La puerta se cerró y Alejandro no pudo pasar. José Miguel lo miró a través del vidrio de la puerta y se burló. Alejandro solo lloraba.

¿Qué había pasado con José Miguel? ¿Por qué cambió su comportamiento? Hace unas semanas, el colegio había emitido un comunicado. A continuación, se copia un fragmento:

“Luego de un arduo trabajo de análisis del comportamiento, nuestros psicólogos llegaron a la siguiente conclusión: para modificar los hábitos de puntualidad en los estudiantes, se debe realizar un programa de bonificación. Los alumnos recibirán puntos por cada día que lleguen temprano a clases. Al terminar el mes, se sumarán los puntos y se obtendrá un puntaje final. De acuerdo al orden de mérito, ellos obtendrán una nota en el curso de Educación Cívica.”

«(…) las escuelas que premian, de forma excesiva, los logros individuales sobre los grupales generan deficiencia de empatía».

Entonces, ¿qué pasó con José Miguel? Al parecer, su capacidad empática se vio disminuida por el anhelo de competencia. De acuerdo con el Dr. Stuart Shanker (2013), la empatía se compone de tres elementos:

Preocuparse por las emociones de los demás (por ejemplo, estar verdaderamente preocupados cuando otra persona se siente mal), tratar de ayudar a otros a lidiar con sus emociones (por ejemplo, intentar calmar a quienes están molestos y darles apoyo sincero) y distinguir entre sus propias emociones y las de otra persona (por ejemplo, que usted permanezca calmado frente al malestar de esa persona) (p. 95).

También, señala que las escuelas que premian, de forma excesiva, los logros individuales sobre los grupales generan “deficiencia de empatía” [1]. Si partimos de esta explicación, el deseo de José Miguel por obtener glorias individuales opacó su capacidad para preocuparse por las emociones de Alejandro.

Para evitar este tipo de problemas y mejorar la empatía en los estudiantes, se sugieren las siguientes estrategias [1]:

  1. Ampliar la comprensión de la empatía mediante la discusión de comportamientos poco empáticos. Incluso, se pueden tomar, como ejemplo, las conductas de los mismos miembros del salón de clases.
  2. Leer en grupo cuentos para niños y niñas en los que se hable de casos de empatía o falta de empatía
  3. Explorar con los niños las motivaciones y consecuencias de los comportamientos poco empáticos

De esta forma, se podrá desarrollar la empatía desde la infancia.

Referencias

[1] Shanker, S. (2013). Calma, Atención y Aprendizaje. Estrategias para la autorregulación en el aula. Lima: Cerebrum Ediciones.

 

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